Sermon clásico #6052: Solitarios entre la multitud

Dr. Roberto Miranda
Dr. Roberto Miranda
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: En este capítulo, Pablo expresa su sufrimiento y soledad como ministro y administrador de los misterios de Dios. Henry Nowen, en su libro "El Sanador Herido", utiliza una ilustración de un rabino que encuentra al Mesías entre los heridos y los pobres a las puertas de la ciudad, y lo reconoce porque se quita las vendas de sus heridas una por una para estar listo para ministrarle a otros en cualquier momento. La soledad es una cualidad resaltante del ministerio y de todo aquel que sirve al Señor en una manera profunda. También se ve la desesperación de Pablo luchando con su propia congregación en Segunda de Corintios, y como pastor, el autor se identifica con este aspecto del drama de Pablo.

En este sermón, el pastor Roberto Miranda reflexiona sobre la agonía del ministerio y la lucha que enfrentan los pastores al tratar de restaurar a los pecadores y llevar a las personas a un conocimiento pleno de Dios. También habla sobre la soledad que sufre el ministro al estar separado de aquellos a quienes ama y sirve, y la agonía de conocer la condición humana en una manera muy profunda. El pastor compara la lucha del siervo de Dios con una guerra de guerrillas, donde el enemigo está en el corazón de los que sirven y de aquellos a quienes les ministramos. Además, destaca la importancia de separar el pecado de la persona y sanarse uno mismo para evitar rencores innecesarios. En resumen, el pastor Miranda presenta un catálogo de los sufrimientos del siervo de Dios y la importancia de separar al pecado de la persona para poder sanar y continuar sirviendo.


En 1 Corintios 4, Pablo habla sobre los peligros del ministerio y cómo los siervos de Dios pueden ser juzgados y usados, pero también desechados. Los que sirven al Señor a menudo están en conflicto con su ley y pueden sentirse usados y heridos mientras tratan de traer a otros a una mayor altura en Jesucristo. Pablo establece que el verdadero siervo de Dios es aquel que sigue el patrón de su Señor y experimenta los padecimientos que Cristo experimentó. El padecimiento es algo normal en la vida de servicio cristiano y es necesario armarse preventivamente con ese reconocimiento. La fidelidad es la cualidad esencial del ministerio, y los siervos deben seguir al timón incluso cuando no tienen más fuerza para estar parados y no entienden por qué las cosas son como son.


En este sermón, el pastor habla sobre la actitud positiva que los cristianos deben tener hacia el ministerio. Primero, deben entender que el ministerio es un padecimiento y estar preparados para ello. Segundo, deben ser fieles y seguir el manual de instrucciones de Dios. Tercero, deben esperar ser juzgados, pero no preocuparse demasiado por los juicios de los demás. Cuarto, deben tratar con delicadeza y tolerancia a aquellos que sirven al Señor, ya que son frágiles y fáciles de herir. Finalmente, deben dejarle la última palabra al Señor y posponer todo juicio hasta que Cristo venga. La actitud madura espiritual siempre será una de dejarle la última palabra al Señor y respetar a aquellos que tienen la osadía de servir al Señor.


Hoy vamos a ver esta idea del Ministerio desde una perspectiva muy interesante que yo creo que raramente la tocamos pero que es de mucho beneficio para nosotros ver lo que es el ministerio también, lo que puede ser cuando se vive a un nivel más profundo, a un nivel pastoral.

Vamos al capítulo 4 de Primera de Corintios. Dice la palabra del Señor: “Así pues…” '-y voy a leer todo el capítulo porque es una totalidad y podemos ver más claramente el tema que queremos tratar- “… ténganos los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, se requiere de los administradores que cada uno sea hallado fiel. Yo en muy poco tengo en se juzgado por vosotros o tribunal humano; y ni aún yo me juzgo a mí mismo.


“Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado pero el que me juzga es el Señor. Así que no juzguéis nada antes de tiempo hasta que venga el Señor el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones de los corazones y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios. Pero esto, hermanos, lo he presentado como ejemplo en mí y en Apolos por amor de vosotros para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que está escrito. No sea que por causa de uno os envanezcáis unos contra otros. Porque ¿quién te distingue? O ¿qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido? Ya estáis saciados, ya estáis ricos, sin nosotros reináis y ojalá reinases para que nosotros reinásemos también juntamente con vosotros.


“Porque según pienso, Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros, como sentenciados a muerte. Pues hemos llegado a hacer espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres. Nosotros somos insensatos por amor de Cristo, más vosotros prudentes en Cristo. Nosotros débiles, más vosotros fuertes, vosotros honorables más nosotros despreciados hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras manos, nos maldicen y bendecimos. Padecemos persecución y la soportamos. Nos disfaman y rogamos. Hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos.


“No escribo esto para avergonzaros sino para amonestaros como a hijos míos amados, porque aunque tengáis 10 mil ayos en Cristo no tendréis muchos padres, porque en Cristo Jesús yo os engendré por medio del Evangelio. Por tanto os ruego que me imitéis, por esto mismo hemos invitado a Timoteo que es mi hijo amado y fiel en el Señor él cual os recordará mi padecer en Cristo de la manera que enseño en todas partes y todas las iglesias. Más algunos están envanecidos como si yo nunca hubiese de ir a vosotros. Pero iré pronto a vosotros, si el Señor quiere, y conoceré no las palabras sino el poder de los que andan envanecidos. Porque el reino de Dios no consiste en palabras sino en poder. ¿Qué queréis? ¿Iré a vosotros con vara o con amor y espíritu de mansedumbre?” Bendiga el Señor Su palabra.


Como decía al introducir esta carta del Apóstol Pablo, primera de Corintios, es una carta eminentemente práctica que va al corazón de lo que es la vida cristiana. El apóstol Pablo ha escrito esta carta para resolver problemas inmediatos que hay en la iglesia de Corinto y nosotros hoy podemos estudiar esta epístola, no como un documento histórico sino como algo que nos habla a nuestro tiempo y a nuestra necesidad y a nuestra condición como iglesia y como individuos porque los principios establecidos en esta carta son valederos a través de todos los siglos.


Porque los hombres a los cuales les habló Pablo se parecen mucho a nosotros. Porque a la congregación a la cual le predicó Pablo es muy parecida a esta congregación y a tantas otras congregaciones que hoy en la ciudad de Boston, Estados Unidos, y en todo el mundo se unen para meditar sobre pasajes como estos.


Y veíamos en el principio como Pablo ha estado involucrado en una controversia con su congregación y como a través de este libro, además de él tratar de establecer claramente cual es la naturaleza verdadera del evangelio- él está tratando no solamente de expresar verdades universales, sino de corregir una situación torcida que hay en Corinto.


Los Corintios se han llenado de orgullo intelectual, se han dejado deslumbrar por predicadores que llegan a la congregación y tratan de impresionar con su oratoria y con sus conceptos meramente intelectuales que tienen muy poco de la levadura santa del espíritu y del evangelio. Y Pablo está diciendo una y otra vez: “Yo quiero Corintios que ustedes entiendan que la verdadera naturaleza del evangelio reside en la Cruz de Jesucristo y no en otras cosas llamativas”.


Y sabemos que Pablo está involucrado en una pugna con su propio pueblo, con su propia gente, no solamente con los maestros que tratan de torcer el evangelio o con hombres muy espirituales como Apolos que a pesar de no estar involucrados directamente en la controversia han sido alados por la inmadurez de algunos segmentos de la congregación Corintia. Pero también Pablo está luchando directamente con su congregación, con el pecado que hay en ellos y con esa tendencia que tienen a irse por el lado del orgullo y de la vanidad intelectual. Y entonces en este capítulo 4 yo creo que como que esos temas que han estado sobre entendidos en los previos tres capítulos de momento se hace mucho más claro lo que hay en el corazón de este hombre que además de ser un apóstol y un misionero y un plantador de iglesias es un pastor escribiéndole a su congregación.


Aquí se nos deja ver un poco de la agonía que está pasando el apóstol Pablo. Y ese capítulo, al yo meditar como yo enfocarlo en esta mañana con ustedes, en esta tarde; me llevó a meditar sobre lo que es el ministerio, lo que puede ser el pastorado y lo que puede ser también cualquier tipo de ministerio de índole pastoral.


Uno de mis retos fue como establecer un tono adecuado y balanceado que no suene negativo. Porque en realidad si uno lee este capítulo, uno se pregunta ¿dónde está lo positivo? ¿Dónde está lo edificante? ¿Dónde está lo que puede sacarnos de aquí estimulados a una mejor vida del Señor? Además una simple exposición, un explayar una condición negativa.


Sin embargo yo creo que hay mucho aquí. Y mientras yo meditaba sobre esto, recordé un pequeño libro muy conocido, sobre todo entre ministros y pastores y gente que trata en la dimensión pastoral de un escritor católico llamado Henry Nowen, un sacerdote católico. Hombre de Dios, muy entendido y muy conocedor en ciertas áreas de las cosas del espíritu.


Este libro se titula “El Sanador herido”. Es un pequeño libro de unas cuantas páginas y pequeño de tamaño inclusive, fino, pero contiene unas grandes verdades. Este libro ha hecho mucho impacto, no solo en el mundo católico sino en el mundo evangélico, no solo aquí en Estados Unidos sino en gran parte del mundo, también.


Y en ese libro, él tiene también un capitulo que se titula precisamente así “El Sanador Herido” donde él trata de exponer la condición de los que trabajan en el ministerio, en el pastorado que son sanadores heridos. Y hay allí una ilustración que él emplea, que me impresionó mucho hace tiempo cuando yo la leí. Él habla de esta ilustración que encontró en el Talmud, escrituras hebreas, donde dice que un rabino fue un día a una cueva donde vivía otro rabino y allí se encontró con el profeta Elías y le preguntó al profeta donde podía encontrar el Mesías. A lo cual se le respondió: “Encontrarás al Mesías a las puertas de la ciudad”.


Y entonces este rabino le preguntó ‘¿Y cómo podré yo reconocer cuál es el Mesías?’ a lo cual se le contestó: ‘Encontrarás al Mesías entre los pobres y los heridos a la puerta de la ciudad. Y lo podrás reconocer porque mientras los demás heridos y leprosos se desvendan y vendan sus heridas todas a la misma vez, el Mesías se quita las vendas y se las pone una por una diciendo: ‘Tengo que vendarme las heridas una a una por si acaso me llaman y tengo que salir rápidamente’.


Evidentemente el Mesías, en la imagen esta de esta ilustración, no quería estar desprevenido cuando vinieran a llamarlo para hacer alguna intervención sanadora en algún sitio. Sino que se desvendaba las heridas una a una por si acaso tenía que salir rápidamente.


Esta es una ilustración tomada de una sensibilidad judía que quizá no conoce también de ese aspecto del poder que hay en el Mesías. Pero es interesante este hecho de que el Mesías se encuentra entre los heridos, entre los pobres, teniendo él sus propias heridas y posponiendo la satisfacción de sus propias heridas para poder estar listo para ministrarle a otros. Y esa es la imagen que nos concierne en este día acerca del ministerio.


Henry Nowen continúa con su elaboración de la soledad del ministro y de su sufrimiento que tiene que posponer satisfacerlo para ministrarle a otros, hablando acerca de la soledad que hay en el hombre en toda la humanidad y como muchas veces la soledad que hay en nosotros mismos y el nosotros ser participes de los sufrimientos de la humanidad, nos capacita entonces para ministrarle a los que sufren y a los que lloran porque podemos identificarnos con lo que ellos están pasando.


Ciertamente esta es una buena imagen para sugerir lo que es el pastorado, lo que es el ministerio en general. Yo diría que la soledad, definitivamente, es una de las cualidades más resaltantes de todo aquel que ha ministrado en una forma profunda y pastoral como lo hace el apóstol Pablo en este pasaje; como podemos ver su soledad.


El hecho de que esa es la cualidad, yo diría del ministerio que más resalta: la soledad de todo el que sirve al Señor en una manera profunda. La soledad es una herida perpetua, que como el Mesías, en la ilustración que utiliza Henry Nowen siempre estará con nosotros en el ministerio, esto viene con el ministerio en general.


Todo siervo, y no sólo los pastores, están solos con su Señor en el ministerio y en el servicio. Hace poco estudiamos el libro de Nehemías y vimos allí claramente como el libro de Nehemías comienza con un hombre solo sintiendo una gran pasión por su pueblo y deseando hacer algo y termina con un hombre solo que todavía tiene que luchar con ese pecado que crece una y otra vez en el mismo corazón del pueblo que él ha tratado de purificar y llevar a una actitud de solidaridad con la palabra de Dios.


Nehemías comienza solo, termina solo. ¿Qué imagen más solitaria que la de Moisés subiéndose a una montaña para quedarse allí con su Dios, para allí morir y allí ser enterrado? Mientras el pueblo está allá abajo continuando con su corrupción moral y espiritual.


¿Qué imagen más solitaria que la de Jehová Dios bregando con los hebreos en el desierto y tratando de llevarnos a la tierra prometida y luchando agónicamente? Este Dios todo poderoso tratando de llevar a su criatura a un conocimiento pleno de lo que Él quiere hacer y su criatura siempre rechazándolo hasta el punto de que Dios mismo no pudo entrar esa primera generación a la tierra prometida y tuvo que dejar que se murieran todos en el desierto.


Y yo veo a Dios allí en el Viejo Testamento peleando agónicamente con su pueblo, queriendo llevarlo a una altura mayor y el pueblo resistiendo y Dios se siente solo también en esas imágenes que vemos también en el Antiguo Testamento.


¿Qué imagen más solitaria que la de Jesucristo en la Cruz del Calvario? Y ¿qué imagen más solitaria que la de Pablo en Primera y Segunda de Corintios luchando por la integridad de su pueblo en Corinto y en una pugna con ellos mismos también?


Eso es lo que vemos en ese capítulo 4 así como vemos también, si usted examina, los capítulos 10 al 12 de Segunda de Corintios. Allí vemos a Pablo en una posición lírica abrir su corazón y dejarnos ver algo de la angustia del ministro. Es claro que de todos los padecimientos que Pablo había sufrido el que más le dolía era verse en conflicto con su propia congregación, con sus propias gentes a quien él había engendrado en el evangelio, con aquellos que él había dado vida espiritualmente.


Y su dolor llega a un punto desesperante, podemos ver, en Segunda de Corintios, capítulo 11, versículos 16 al 21. Yo creo que aquí Pablo ya desesperado casi dice: “Otra vez digo que nadie me tenga por loco o de otra manera recibidme como a loco para que yo también me gloríe un poquito. Lo que hablo no lo hablo según el Señor, sino como en locura, con esta confianza de gloriarme.


“Puesto que muchos se glorían según la carne, también yo me gloriaré. Porque de buena gana toleráis a los necios siendo vosotros cuerdos. Pues toleráis si alguno se esclaviza, si alguno devora, si alguno toma lo vuestro, si alguno se enaltece, si alguno os da de bofetadas para vergüenza mía lo digo. Para eso fuimos demasiado débiles. Pero en lo que otro tenga osadía también yo tengo osadía”.


¿Ven ustedes aquí la desesperación de este ministro luchando con su pueblo? Llega un punto ya en que no sabe que hacer y como un loco o impotente da manotazos al aire y da gritos de desesperación porque no sabe como convencer a su congregación de la veracidad y la integridad de ese ministerio que él ha emprendido.


Ese proceso se comienza a perfilar aquí en la carta de Primera de Corintios y comienza ya a adquirir cuerpo en el capítulo 4 y culmina en esos versículos que leímos de Segunda de Corintios. Y yo quiero decirles, hermanos, que como Pastor me identifico mucho con este aspecto del drama de Pablo en términos generales.


Hablo con muchos pastores continuamente y voy a reuniones de pastores, donde a veces los pastores tienen ocasión de hablar con soltura. Y podría decirles, hermanos, que sin excepción a través de años en el ministerio, puedo decirles que esa soledad y ese sentido de enajenación es una herida perpetuamente abierta dentro del Ministerio.


Yo he conocido pocos pastores que no hablen en una manera u otra, cuando tienen capacidad para hacerlo y soltura, de esa dimensión, de tensión y de lucha en el ministerio. Y diríamos que no es solo esa soledad existencial del hombre a nivel universal que todos padecemos de cierta soledad, sino que el ministro y la persona que ministra sufre una soledad todavía más agónica por saberse separado por una pared invisible de aquellos que ama y sirve. Es una pared transparente, delgadísima, pero está allí como un film como una capa que impide un contacto totalmente directo con aquellos a quienes se les ministra.


La soledad natural del hombre es magnificada dentro del ministerio y aunque el Pastor no usa sotana, su título y su profesión lo apartan de los demás, inevitablemente deforman su persona y generan en los demás expectativas en última instancia inalcanzables, irrealizables.


Yo diría que uno de los más graves dolores del que ministra es que el ministerio nos lleva a conocer la condición humana en una manera muy profunda porque uno está en contacto con diferentes llagas que lleva la humanidad y conocer esa condición humana como la llega a conocer el pastor es un privilegio. Yo no lo cambiaría por nada de este mundo. Le doy gracias al Señor por permitirme a través de años del ministerio llegar a conocerme a mi mismo primeramente, mi propia naturaleza caída y mis limitaciones como hombre y también llegar a conocer algo de los temas que rigen nuestra humanidad caída.


Pero también así como es un privilegio este conocimiento íntimo de la condición humana es también una agonía exquisita porque el peso de ese conocimiento sobre la psique humana es demasiado grande. Sólo Dios puede llevar el peso de la humanidad. El hombre es una caña muy débil que se rompe ante ese peso.


Malaquías Martin en un libro acerca del exorcismo habla acerca de esa herida imborrable que experimenta el que ha entrado en un contacto muy directo con lo satánico, con la presencia satánica de un demonio muy poderoso en un alma humana. Cuando se entra en lucha directa con un demonio a ese nivel, el exorcista se desangra por dentro y al su alma se tocada y rasgada por contacto con el mal puro, nunca vuelve a ser el mismo psicológica ni emocionalmente aunque pasen años después de esos encuentros.


Siempre he comparado y he usado esa ilustración antes al pastor o al consejero cristiano o a los que ministran al nivel pastoral en la iglesia, al bombero que se sube a una rama altísima porque hay un gatito allí asustado que no sabe como bajarse de esa altura. Y el bombero sabe que cuando tome al gatito en sus manos, el gatito por el temor que siente y por su angustia le va a hincar las uñas y lo va a hacer sangrar.


Y es así muchas veces. Nosotros al ministrarle a hombres y mujeres necesitados y penetrados por el pecado, muchas veces el gatito también hinca sus uñas en nuestra alma y nuestro corazón y nos deja ciertas heridas allí. Eso es parte del ministerio, ese es el privilegio del ministerio también.


Y usted se preguntará por qué he saltado de Pablo a nivel del pastor –no estoy abusando del texto- yo creo que vemos aquí a Pablo en su condición de pastor. Aquí Pablo no es el evangelista itinerario que va y predica un sermón y luego va a otra iglesia y se olvida de la iglesia previa a la cual él ministró.


Aquí Pablo es el que sufre por su congregación, por su salud. Ha ministrado en Corinto, ha estado allí año y medio previamente, posiblemente ha escrito otras cartas a su congregación. Ha estado en contacto con ellos, los ama, los ha engendrado espiritualmente. Tiene el amor de un padre hacia sus hijos, él sufre con ellos, él les enseña, él les discípula, él trata con ellos, él agoniza por ellos, está trabado en una lucha por el alma de los Corintios y por la sanidad de su evangelio.


Pero está trabado en esa lucha con los Corintios mismos. Y todo el que trabaja en un trabajo pastoral y muchos de ustedes están en esa condición, no solamente el pastor, estando el alcance de esta meditación pasará por esa contradicción y yo creo que ahí en última instancia recibe la esencia del sufrimiento de todo aquel que ministra.


El que ministra, pelea con los suyos, por el alma de los suyos. Está en una lucha a muerte con sus propios feligreses a quien les quiere ministrar. Yo digo que es una agonía de espejos que se reflejan mutuamente y multiplican su imagen hasta lo infinito porque es una contradicción pelear con los que amamos, por los que amamos. Mi mayor reto al elaborar este sermón, ha sido, como establecer ese tono balanceado y correcto y hacerle justicia a este pasaje.


¿Cómo hablamos de este texto y como exponemos el drama de un hombre como Pablo? Y ¿cómo extenderlo al ministerio sin sonar como que nos tenemos pena a nosotros mismos? Sin ofender a nadie, sin hacer sentir culpable a los demás, sin sonar como que estamos lanzado indirectas, sin hacer que la gente se sienta incómoda al tratar estos temas que son parte de la vida cristiana, parte de la vida congregacional y por eso están en la Escritura y por eso tenemos que meditar sobre ellos. Apartar un momento para meditar sobre estas cosas.


No es el tono triunfante de Gloria a Dios y el Aleluya y Cristo Sana y Cristo Salva y Cristo tiene poder. Sabemos todo eso, y lo hemos discutido antes. Pero también tenemos que hablar acerca de la vida congregacional, las relaciones entre pastores y congregación, entre los que ministran en la congregación y aquellos que son ministrados.


Por eso es que yo creo que puede ser beneficioso para nosotros dedicar un sermón a la agonía del ministerio. Es un aspecto importante de la experiencia cristiana. Todos pasaremos buena parte de nuestra vida cristiana en contacto con pastores, con misioneros, con personas que ministran en la iglesia y tenemos que conocer algo de su condición. Tenemos que conocer algo del diálogo que rige nuestra relación.


Este es un área que no enfocan la mayoría de la gente en las congregaciones y ciertamente no se trata desde los púlpitos porque nos sentimos incómodos y porque es difícil establecer la tonalidad correcta sin sonar defensivo. Sin sonar, simplemente, que estamos dando expresión a nuestras frustraciones internas. Y yo quiero establecer un tono de esperanza y de triunfo y de gloria y de gozo en medio de esta meditación sobre lo negativo del ministerio.


Yo conozco a muchos laicos heridos de muerte –espiritualmente hablando- por una mala experiencia con un pastor o con un misionero. Ustedes los conocen también y quizá puede que en esta misma iglesia haya algunos a esa dimensión. Eso es natural, eso pasa en toda congregación, pasa en todo ministerio. Y a menos que no entendamos esa dinámica, ese dialogo complejo del que ministra y del ministrado como que estaremos hablando dos idiomas diferentes y creeremos que nos estamos entendiendo, pero no nos estamos entendiendo.


Esta semana leí un artículo pequeño en un periódico. Un hombre pasó dos años metido en un hospital psiquiátrico, mexicano este hombre. Porque los psiquiatras pensaban que estaba esquizofrénico, que estaba loco. Llegó al hospital por una situación triste –lo que pasa es que los psiquiatras aún hablando español- lo entrevistaron y él hablaba un lenguaraje y creían que el hombre estaba loco.


A los dos años, una persona que trabaja con inmigrantes mexicanos, descubrió que este hombre era un indio de México que hablaba un idioma raro que se llama trique y que el pobre, el único idioma, no hablaba español, no hablaba inglés, y entonces estos psiquiatras oyéndolo hablar creían que estaba hablando lenguaraje porque estaba loco.


Finalmente, descubrieron que no, que el pobre hombre estaba muy cuerdo, simplemente tenía la mala suerte, por así decirlo, de hablar un idioma casi desconocido. Cuando descubrieron lo que hablaba vino el entendimiento y él pudo salir libre. Pero así mismo nos pasa muchas veces en el ministerio, ¿no? El pastor habla un lenguaje porque es pastor y habla el lenguaje de pastor y piensa las imágenes del pastor y piensa con el corazón y siente con el corazón de pastor. El laico piensa con corazón de laico y siente con corazón de laico.


Y entonces allí creemos que estamos hablando el mismo idioma pero son dos idiomas diferentes y entonces viene el mal entendido. Y es bueno a veces, entender esas partes, ¿no? Y poder ajustar el diálogo y poder traducir cuando llegue el mensaje al uno o al otro. Y por eso es bueno de vez en cuando detenernos sobre lo que es el ministerio.


Y yo veo que hay legitimidad en hablar de estas cosas desde el púlpito porque yo veo que en la Escritura, hombres como Pablo no tuvieron ningún temor de hablar de su agonía y de su angustia y de sus luchas en el texto bíblico. Y nosotros no podemos ser más sanitarios que ellos. Podemos también tocar esto temas y beneficiarnos de ellos.


Y aquí está lo verdaderamente importante –de nuevo repito- está dinámica es para todos, todos los que servimos; todo el que está involucrado en extender el reino de Dios, todo el que se esfuerza por llevar a otros a plenitud de vida en Cristo va a tener esa lucha.


Un momento será ministro, otro momento será laico. Todo el que trata con otros seres humanos en el ministerio sufrirá alguna variante -por más mínima que sea- de esta agonía. Y les hablo a los líderes de la congregación y a otros que están pensando en entrar en el liderazgo. Todo ministro padecerá este tipo de sufrimiento al tratar de restaurar pecadores, estaremos en lucha con el pecado que hay dentro de ellos. La guerra contra el pecado es una guerra de guerrillas, no es una guerra de ejércitos muy bien organizado, que van cada uno con sus pelotones al frente de batalla. Es una guerra de guerrillas.


Hola, Dios te bendiga. Te habla el Pastor Roberto Miranda. Gracias por escuchar nuestros mensajes y nos da mucho gozo saber que este programa está siendo de bendición para tu vida. Quiero dejarte con las palabras de bendición de Moisés al pueblo de Israel: “Jehová te bendiga y te guarde. Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia. Jehová alce sobre ti su rostro y ponga en ti paz”. Es un privilegio para mí ser parte de tu vida. Espero que sigas sintonizado a nuestro programa “Una cita con Cristo”. Te bendigo en nombre de Jesús.


El enemigo no está afuera en un campo de batalla bien delineado, separado de las áreas civiles. El enemigo está en el corazón de los que servimos y de aquellos a quienes les ministramos. Piensen en eso un momento. Y como toda guerra de guerrilla, la guerra que libra el siervo de Dios, la sierva de Dios, es una guerra sucia. Es una guerra llena de dilemas morales y de ambigüedades. Una guerra muy fácil de criticar. Y siempre deja cierta amargura y cierta culpabilidad aún dentro de la victoria.


Eso lo descubrió América en la guerra de Vietnam. Ese potente gigante americano cuando entró a pelear con un enemigo que no estaba en un campo de batalla separado sino en los villorrios de Vietnam y que venía con la cara del morador de la aldea y de la mujer que llevaba un cesto con un bebé adentro, que también tenía una granada, descubrió que también estaba maniatado por la complejidad de esa nueva guerra.


Esa –yo creo que- es la raíz de la agonía del que sirve para traer a otros a un conocimiento pleno de Dios. En muchas ocasiones, hermanos, el enemigo que estamos combatiendo y la víctima que estamos tratando de rescatar tendrán el mismo rostro. Y eso será una fuente de agonía para nosotros.


Y yo creo que ahí encontramos la primera lección positiva de esta meditación: cuando padezcamos a manos de los que hemos tratado de servir, sepamos separar; hagamos un esfuerzo hercúleo por separar a la persona del pecado que habita dentro de la persona. Esto nos ayudará a evitar rencores innecesarios; nos permitirá sanarnos más rápidamente. Tenemos que separar el pecado que habita en todo hombre –incluyendo el que les habla- de su humanidad.


Pero el pecado está en todos nosotros, muchas veces el pastor comete el error, muchas veces el laico comete el error o el diablo manipula la concupiscencia como dice Santiago que hay en nosotros y nos tienta y nos hace tendernos la zancadilla unos a los otros. Y es bueno que de vez en cuando nos sanemos separando el pecado y el mal que habita en los hombres y mujeres a quienes les ministramos y en nosotros mismos de la persona misma. Yo veo aquí en este pasaje un catálogo de los sufrimientos del siervo de Dios.


Les voy a hacer una lista de los que yo veo aquí. En los versículos del 3 al 5 vemos que el siervo de Dios es juzgado por todo el mundo. Por eso Pablo dice: “Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros o por tribunal humano y ni aún yo me juzgo a mi mismo. Pero aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado. Pero el que me juzga es el Señor”.


El que sirve al Señor siempre va a estar siendo juzgado. Está en una casa de vidrio y todo el mundo lo observa y todo el mundo juzga lo que hace y eso es una fuente de agonía. En segundo lugar el que sirve al Señor es subestimado, muchas veces, por algunos que a la vez se sobre estiman ellos mismos. Versículos 6 y 7: “Por esto hermanos, lo he presentado como ejemplo en mi y en Apolos para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que está escrito. No sea que por causa de unos envanezcáis unos contra otros. ¿Por qué quien te distingue? ¿O qué tienes que no hayas recibido? ¿Y si lo recibiste por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?”.


Los Corintios están juzgando a Pablo como que tienen ya autoridad y poder y prerrogativas para juzgar a este hombre. Ya han llegado espiritualmente, están plenamente realizados: pueden juzgar, pueden subestimar. Y Pablo dice: “¿Qué tienen ustedes que no hayan recibido? y ¿Qué tenemos nosotros los que servimos que no hayamos recibido? ¿Qué les da derecho a ustedes para estar juzgando y estar subestimando el valor de Pablo versus Apolos, etcétera?”


En tercer lugar, el que sirve al Señor frecuentemente es usado y luego desechado por algo mejor, más fresco. A veces los que sirven al Señor podríamos compararlos con esas cajitas que ponemos en –no es una imagen muy elegante- los baños para que absorban mal olor y ya cuando están saturadas, entonces, los desechamos y cogemos otras frescas para seguir acumulando.


Pasa muchas veces en el ministerio, pasa muchas veces que los que han servido al Señor saben que es así y se sienten usados. Pablo dice en el versículo 8: “Ya estáis saciados, ya estáis ricos. Sin nosotros reináis y ojalá reinasen para que nosotros reinásemos también juntamente con vosotros”. La desesperación de Pablo, yo creo que lo lleva, al sarcasmos también.


Ya ustedes están satisfechos, ya llegaron, ya creen que conocen entonces pues entonces a un lado. Ahora ustedes reinan sin nosotros. Y yo creo que, si Pablo hubiera sido honesto, yo creo que su elegancia estilística, le impide decir ‘ya reináis sin mi’, pero él no quiere ser tan personal y pues evita un poquito el centro y dice ‘sin nosotros’ pero en realidad creo que Pablo está diciendo “sin mi”. Pero eso suena un poquito no elegante y por eso yo creo que Pablo estilísticamente utiliza el nosotros.


Pero también aquí vemos a Pablo y por extensión todo el que sirve al Señor, muchas veces hay algo interesante y es que Dios lo va a usar –y vamos a hablar sobre eso más adelante- Dios usa a los ministros del Señor como continuadores de los padecimientos de Cristo. El ministro viene a ser, muchas veces, un ser raro, un espectáculo, un ser herido que va por allí rengueando, desangrándose. Algunos han dicho que la vida de un siervo es como un conejo herido que va caminando y dejando gotas de sangre en la nieve blanca.


Y dice Pablo en los versículos 9 al 13: “Según pienso Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros, como a sentenciados a muerte, pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres”.


Una vez más, es muy profundo, donde Pablo compara los ministros. Hay dos posibles comparaciones: eran los que eran lanzados al teatro Romano con los leones al final del espectáculo para ser despedazados por los leones y eran los últimos en el orden del espectáculo. O también a esos rehenes que eran traídos de guerras antiguas para ser exhibidos al final de la línea por los generales romanos que regresaban triunfantes de lejanas tierras de donde había peleado.


Pero el caso es que Pablo especula que quizás Dios ha escogido a los que sirven al Señor, para hacer de ellos como un espectáculo a la humanidad y para ser el objeto de observación de ángeles y él lo pone en una forma grandiosa al mundo, a los ángeles y a los hombres. Además el que sirve al Señor, la que sirve al Señor en ese nivel pastoral y quiero decir de nuevo en el trato humano con otros para traerlos a una mayor altura en Jesucristo; muchas veces ama como padre sin ser correspondido muchas veces.


Versículo 14 y 15: “No escribo esto para avergonzaros sino para amonestaros como hijos míos amados. Porque aunque tengáis 10 mil ayos en Cristo no tendréis muchos padres”.


Es decir aunque vengan muchos por ahí a predicar y luego se vayan, ustedes tienen un solo padre. Yo los he engendrado a ustedes en el evangelio. He sufrido por ustedes, he orado por ustedes. Es lo que dice Pablo aquí. Y ahora ustedes me están echando a un lado por algo que ustedes estiman mejor.


Y finalmente, muchas veces, los que servimos al Señor, están en frecuente conflicto con su ley. Ahí está en los versículos 18 al 21: “Más algunos están envanecidos como si yo nunca hubiese de ir a vosotros”. Hay una ley de amenaza allí disfrazada en eso, ¿no? Implícita. “Pero iré pronto a vosotros, si el Señor quiere, y conoceré no las palabras sino el poder de los que andan envanecidos”


Versículo 21: “¿Qué queréis? ¿Iré a vosotros con vara o con amor y espíritu de mansedumbre?” Hay una lucha también, hay una pugna, una pelea. Estos son aspectos del ministerio y yo veo aquí en este capítulo 4 una exposición de esos peligros del ministerio. Y en realidad, yo creo que lo que Pablo está haciendo en este pasaje, él está continuando con esa teología de la cruz, que él ha establecido desde el comienzo mismo.


No poder –según los hombres entienden- no elegancia –según el entendimiento racional de los hombres- es la cruz de Jesucristo la que impera, la que en última instancia vence al pecado y vence el mal. Y ahora Pablo aplica esa teología de la cruz al ministerio mismo. Y Pablo sugiere aquí que el verdadero ministro, la persona que sirve al Señor como Dios quiere que se le sirva, no es un “celebrity” como los conocemos en las películas y en las revistas de cine.


El que sirve al Señor no es una estrella de cine, no es una persona que ande por ahí con un traje de 700 dólares y zapatos de piel de cocodrilo y con estolas de mink. No se apea de un Rolls-Royce. Es un siervo herido, un animal que va –si es fiel al ejemplo que estableció su Señor- desangrándose mientras le ministra a los demás porque esa es la teología de la cruz que nuestro Señor nos ha dejado establecida.


Y una y otra vez, Pablo establece ese hecho: el sufrimiento como parte de la verdadera vida cristiana, de la genuina vida cristiana. Romanos 8:17: “Y si hijos somos, también somos herederos. Herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con Él, para que juntamente con Él seamos glorificados”.


Filipenses capítulo 3 versículo 10, Pablo ora para que: “ser hallado en Él no tener mi propia justicia que es por la ley sino que es por la fe de Cristo. La justicia que es de Dios por la fe a fin de conocer a Jesucristo y el poder de su Resurrección y la participación de su padecimientos, llegando a ser semejante a Él en su muerte”.


Una y otra vez, y podríamos citar muchos versículos, no tenemos tiempo para hacerlo. Pero una y otra vez, el verdadero servicio al Señor, la persona que sirve al Señor con genuino carácter es una persona que va a experimentar los padecimientos que Cristo experimentó. Va a tener cotonía, va a tener compenetración y armonía y afinidad con los padecimientos de Jesucristo. Con su soledad, con su sufrimiento. Hermanos, aquí está la verdad central de todo esto: el padecimiento es algo normal en la vida de servicio cristiano.


Cristo estableció el patrón. Cristo lo estableció en una forma arquetípica y nosotros lo que hacemos es simplemente entrar en ese patrón que Cristo ha establecido. Isaías 53 lo ha dicho de maneras insuperables: “Ciertamente llevó Él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores y nosotros lo tuvimos por azotado y por herido de Dios y abatido. Más Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. El castigo de nuestra paz fue sobre Él y por sus llagas fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas. Cada cual se apartó por su camino, más Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros.”


El siervo sufrido por excelencia es Jesucristo. Y los siervos con ese minúscula que imitan a su Señor y que son fieles al llamamiento de su Señor también serán siervos sufridos. También serán sanadores heridos. Con una mano estarán sanando de sus heridas y con otra mano estarán sanando la herida de aquel a quien están ministrando. En un momento darán un quejido de dolor por su propio dolor y en otro momento una palabra de consuelo para el que llora. Ese es el ministerio y Pablo es un excelente ejemplo de esto y este capítulo nos invita a meditar en ese hecho.


Les dejo con unas conclusiones y después ustedes examinen este pasaje a sus anchas y saquen lo que el Señor les diga; porque después de todo son conclusiones positivas. ¿Qué lecciones sacamos de todo esto? ¿Qué lecciones específicas?


Yo diría, primeramente, y vuelvo a enfatizar: al padecer sinsabores, decepciones, traiciones, críticas, persecución física, emocional o espiritual en el ministerio, estamos entrando, hermanos en una larga e ilustre tradición establecida por Jesucristo en una forma excelsa.


Estamos como sugiere Pablo completando, en esa imagen interesante, completando los padecimientos de nuestro Señor Jesucristo. Teniendo cotonía, teniendo comunión íntima, profunda, inexplicable con Él.


La gente te verá a ti sangrando y sintiéndote rechazado y triste; pero en ese momento tú estarás a un nivel de comunión con Jesucristo que tú mismo no podrás comprender en una forma mística. Esa es la verdad profunda.


Miren como lo establece, no Pablo sino Pedro, que también entendió lo que es el ministerio a ese nivel y que tuvo entonces capacidad para ministrarle a otros. Ahí está la cosa: si no sentimos ese dolor, si no nos identificamos con la agonía de la humanidad, no podemos verdaderamente consolar y ministrar a otros que están pasando por esa necesidad.


Y Pedro dice en Primera de Pedro capítulo 4: “Amados ustedes que sirven en el ministerio, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenidos como si alguna cosa extraña os aconteciese. Sino gozaos por cuanto sois participantes –esa es la palabra por cuanto tenéis comunión- de los padecimientos de Cristo para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría”.


Hay una relación íntima en la mente, tanto de Pedro como de Pablo, de ese hecho de participar en los sufrimientos de Cristo y también participar en su gloria venidera y en su gloria actual. “Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso espíritu de Dios, reposa sobre vosotros” y finalmente versículo 19 dice: “De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador y hagan el bien”.


No se cansen de hacer el bien. Cuando vengan las decepciones, los sinsabores, las fallas y los fracasos del ministerio, sigan haciendo el bien porque ustedes sirven a algo más alto: sirven a un ideal, sirven a un Señor que padeció todas esas cosas y más de lo que ustedes pueden imaginar. Y siguió adelante.


Es decir, al padecer todas esas cosas, sepamos que estamos entrando en esa larga tradición de los Moiseses y los Pablos y los Jesús y los Pedros y otros así.


Si vamos a ser siervos efectivos de larga duración, tenemos que armarnos con ese reconocimiento preventivamente. Esa es la segunda cosa. Si tú vas a servir al Señor, no solamente entiendas esa verdad a un nivel meramente intelectual y general, ármate activamente de ese reconocimiento y entonces entra al servicio cristiano como entra el soldado al frente de batalla mientras la balas viajan por encima de su cabeza. Ármate de ese pensamiento: voy a luchar, voy a guerrear, voy a padecer. Los padecimientos del ministerio tomarán muchas formas, miles y miles de formas según son las caras de los hombres así serán los diferentes padecimientos del ministerio.


Según son la multiplicidad de circunstancias humanas, así pueden ser los padecimientos del ministerio. Pero todos forman parte integral del servicio que Dios honra. El que quiera ser celebrado, el que quiera agasajado, el que quiera ser reconocido como que hizo algo bueno universalmente, no es un verdadero siervo de Dios y es más se está preparando para la decepción y la desilusión que inevitablemente vendrá.


Uno tiene que armarse con ese pensamiento: voy a guerrear, voy a entrar en lucha por el alma de mis hermanos con el pecado que hay en mis hermanos. Y al usted armarse de esa manera, usted entonces está listo y no está tan fácilmente abierto a la decepción, a la desilusión al sentido de víctima. Porque no somos víctimas, somos guerreros que tienen espaldas con callos porque han recibido tanto latigazos pero seguimos creciendo y los músculos se hacen más fuertes.


Y acometemos con más efectividad al enemigo y lo entendemos mejor en sus pensamientos enfermizos y podemos ser más efectivos en la lucha porque sabemos a lo que vamos. Estamos claros, no vamos a un picnic, vamos a una guerra y Dios nos ha dado el poder para vencer y la sabiduría para vencer. Pero sepamos que no podemos subestimar la complejidad de esa guerra ni ele poder de ese enemigo.


Armémonos preventivamente. Primero reconozcamos los que es el ministerio, segundo armémonos preventivamente: mental, psicológica y espiritualmente al entrar. En tercer lugar podríamos decir, según Pablo, aquí establece también la cualidad esencial del ministerio ¿saben lo qué es a la luz de esas consideraciones? La fidelidad. Ser fiel.


El seguir al timón allí agarrado, aunque ya no tiene más fuerza para estar parado, pero te agarras al timón siguiendo las instrucciones recibidas sin hacer muchas preguntas acerca de por qué las cosas son como son, o si el que escribió las instrucciones sabía lo que estaba haciendo cuando las escribió. Tú sigues allí pegado al timón.


Por eso es que yo siempre he dicho que el animal que mejor podría representar al cristiano efectivo no es el corcel lleno de músculos y llamativo en su apariencia física, no es el caballo bien atractivo y bien peinado, es el buey: manso, que está allí con su yugo sobre la nuca, arando y mirando simplemente y directamente enfrente. Y da un paso enfrente al otro. El buey representa la fidelidad del manso buey, lo que es verdaderamente el cristiano ante las instrucciones de su Señor.


Sé fiel, sé fiel hasta la muerte. Yo te daré la corona de la vida. Cuando estés en sufrimiento, en lucha, cuando las balas rujan a tu alrededor sigue el manual de instrucciones: se fiel y el Señor se encarga de todo lo demás.


Entonces en cuarto lugar, yo diría que, la gente siempre va a estar haciendo juicios acerca de lo que hacemos. Y ese es otro buen reconocimiento. Recuerde eso, si usted va a entrar al ministerio, siempre va a estar juzgado, siempre usted va a estar siendo catado como vino por diferentes personas.


Y por eso es que yo creo que Pablo dice: “Todo lo que hagáis sea de palabra o de hecho, hacedlo como para el Señor”. No nos preocupemos tanto por lo que otros piensen, preocupémonos mejor de los que nuestro Señor piensa de nosotros y de lo que hacemos. Sigamos adelante asegurándonos de ser fieles a ese manual de instrucciones recibido. No nos preocupemos por los juicios de los demás. Sirve tú. ¿A qué te ha llamado el Señor? Sírvelo en esa medida.


Por eso es que Pablo dice en versículo 3: “Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros”. Yo cuestionaría eso un poquito. De nuevo aquí está el hombre Pablo dándose fuerza a sí mismo y eso es lo que tenemos que hacer. Pero evidentemente el ser juzgado por los Corintios es una causa de agonía para él.


“Yo en muy poco –quizás intelectualmente- tengo el ser juzgado por vosotros o por tribunal humano. Y es más ni aún yo me juzgo a mi mismo porque aunque de nada tengo mala conciencia no por eso soy justificado. Pero el que me juzga es el Señor”. Escuche eso. Sigue adelante, cuando los juicios vuelen por encima de tu cabeza, sigue adelante, sigue el manual de operaciones.


Y tú ¿sabes lo qué pasa cuando tú eres fiel y dejas de darle demasiada atención a los juicios de los demás? Yo creo que aquí está lo maravilloso de ese tipo de conducta: es que aunque por el momento parezca que estamos como en derrota y confundidos y alados por diferentes opiniones y diferentes sugerencias y que estamos derrotados. A la larga el manual de instrucciones que Dios nos ha dado es el que triunfa. Y si nosotros seguimos el manual de instrucciones, triunfamos con el manual de instrucciones.


Pregúntese de quien se habla hoy como fundador de la teología al nivel humano, hablando, de la teología de la iglesia. ¿A quién estamos discutiendo hoy, alabando y exaltando, como ejemplo de servicio cristiano? ¿Es a esos maestros itinerarios? ¿A los grandes intelectuales que los Corintios se dejaron deslumbrar por ellos? Aún el pobre Apolo que yo creo que simplemente fue alado en esta controversia. Apolos es una nota al calce, Pablo.


Pablo, dos terceras partes del Nuevo Testamento las hemos preservado, escritos de él. Pablo es el ejemplo que hoy queremos seguir como ministro. Aunque en ese momento, él mismo no entendía las proyecciones de lo que estaba escribiendo y de su propio ministerio.


Pero Pablo siguió fiel a esa teología de la cruz, Pablo siguió fiel a esa concepción sencilla pero a la vez honorable del ministerio de servicio a Jesucristo y Pablo venció 2000 años después. Y nosotros también podemos vencer si nos apegamos al manual que Dios nos ha dejado en su palabra.


Si servimos al Señor con humildad, con sencillez, con pocas pretensiones, mirando a nuestro Maestro que es el ejemplo por excelencia, que al final de su ministerio miró a Jerusalén desde un monte y dijo: “Jerusalén, Jerusalén como hubiera yo querido cubrirte como la gallina cubre a sus polluelos y no quisiste”. Solo completamente.


Y nosotros servimos al Señor, servimos a los principios del Evangelio. Y si viene gloria y vienen abrazos y aplausos, Gloria a Dios, los recibimos pero no los dejamos que nos penetren demasiado tampoco. Así como no dejamos que los juicios negativos tampoco nos penetren. Seguimos el patrón establecido por el Señor. La palabra del Señor.


Olvidémonos, porque las multitudes serán cambiantes. Un día nos dirán: “¡Oh, Sana, oh, Sana al que viene en nombre del Señor!” y otro día dirán: “¡Crucifícale, crucifícale!”. Si tú unes tu estado emocional a las frustraciones del hombre estas perdido. Vas a ser como un cometa que sube y baja dando vueltas. Tú tienes que apegarte a la savia que sale de la palabra de Dios. Y a la promesa de Dios: “Si tú estás conmigo, si sufres conmigo, reinarás conmigo también. Vencerás conmigo como yo he vencido”.


Además de todo esto, hermanos, entender lo que es el ministerio que es padecimiento, armarnos de ese pensamiento activamente, ser fieles en nuestro servicio, esperar que va a haber juicio pero vamos a seguir fieles a lo que dice la palabra del Señor.


En quinto lugar, sabiendo todo eso, ahora yo le digo a los que no sirven tanto; no a los que no sirven, en el sentido de los que no sirven para nada, sino los que no trabajan tanto como trabajan aquellos que, a los que están más bien a nivel de servicios más bien a otros niveles. A esas personas, todos nosotros en algún sentido, alguno nos va a estar ministrando a nosotros, recuerden esto hermanos: toda persona que sirve al Señor, todo siervo sincero y que está siguiendo el ejemplo de su Señor, es un ser frágil, fácil de herir, generalmente inseguro de su efectividad.


Siempre va a tener algunas dudas de si está haciendo lo correcto o no. La inmensa mayoría de los que sirven al Señor, yo diría, que merecen el beneficio de la duda. Como dicen en inglés: the benefit of the doubt. Están haciendo lo mejor que pueden con lo poco que tienen a la mano. Están queriendo alimentar a una multitud con cinco panes y dos peces. Son llamados a cometer cosas grandes, sublimes, heroicas con una humanidad caída.


Se espera que carguen el agua preciosa, límpida, pura del evangelio en vasos de barro. Y cuando usted estén en duda acerca de cómo interpretar la actuación de alguien que sirve al Señor, yo le sugiero: opte por ser generoso y tolerante en vez de correr el riesgo de añadirle más carga de la que ya tiene con su propia humanidad y con sus propias angustias que lleva por dentro como consecuencia de servir al Señor a ese nivel.


Tratémoslos con delicadeza, con amor, con tolerancia, sabiendo que están en una situación imposible para el humano. Salir con elegancia del ministerio, hermanos, es muy difícil, recuerden eso. Por no decir imposible. El que sirve al Señor entra a una situación que inherentemente va a conllevar un sentido de fracaso.


¿Ustedes no ven lo que dice Jesucristo?: “Cuando hayáis hecho todo lo que se os a pedido, siervos inútiles sois.” Eso no fue simplemente una imagen bonita, poética, no, eso fue una realidad.


Yo cada día que termino de Pastorear, se que soy un fracaso en un sentido –aunque creo que la gloria y el triunfo viene del Señor- igual, se que no he hecho todo lo que hubiera podido hacer. Y se que he dado consejos mal dados y se que no he llamado a toda la gente que he debido llamar y que no he visitado a toda la gente que podría visitar. Somos siervos inútiles y ese hecho de que no alcanzaremos en la medida que merece nuestro Señor, nos va a hacer sentir inadecuados.


Entonces los que son servidos deben no solamente al Pastor sino a los demás que sirven y trabajan en diferentes ministerios en la iglesia. Se les debe dar el beneficio de la duda, se les debe tratar con cierta generosidad, cierta tolerancia porque están diseñados para hacer un trabajo, ahí, a duras penas con su humanidad. Esto es parte de la actitud positiva. Así podemos tener líderes contentos que puedan seguir creciendo y que se sientan contentos de ministrar al Señor.


Y finalmente decimos que la actitud madura, espiritual, profunda siempre será una, escuchen: de dejarle la última palabra al Señor y de posponer todo juicio conclusivo hasta que Cristo venga. Yo creo que ese pasaje nos enseña eso también. La actitud madura será siempre una de dejarle la última palabra al Señor y posponer los juicios hasta que Cristo venga. Yo creo que el estar criticando y comentando gratuitamente sobre el ministerio de otros en la iglesia eso no es del Señor.


La verdadera madurez implica una actitud de sobriedad y de discreción, de sana humildad que dice: “Por gracia de Dios yo no cometo el mismo error” y que espera a que el Señor tenga la última palabra. Es esa actitud que admira al que se atreve a meterse en el fragor de la lucha, a servir, es la que respeta a los que tienen la osadía de que con su humanidad caída, de meterse a trabajar en cosas tan excelsas.


Y en vez de criticarlo cuando se equivoca lo ayuda a levantarse. Es la actitud que se promete no ser piedra de tropiezo a los que entran, con buenas actitudes y buena voluntad y buenas intenciones a servir en esta lucha encarnada que es el ministerio.


Así que hermanos, les dejo con esas conclusiones positivas. Yo en todo esto yo veo el carácter sublime del evangelio, yo no veo ese evangelio fácil y superficial que tantos desprecian con la estrellita esa plateada de Hollywood, no. Yo veo algo serio para hombres y mujeres heroicos, para gigantes espirituales que entran a la lucha sabiendo a lo que van y eso para mi es lo que me hace verdaderamente estar en el ministerio. Si fuera un picnic, si fuera un club de Rotarios o de caballeros de Colón no estaría sirviendo en el pastorado. No hay nada más excelso que uno servir al Señor y tú que estás allí sentado y estás considerando servir al Señor, al yo decirte esto, no dejes que esto te atemorice, sino todo lo contrario: que te llame a una vida de servicio, lúcida.


Qué sepas bien a lo que vas y que sepas que cuando estás luchando y te están dando batazos por la espalda y las espadas te están golpeando y las balas rugen a tu alrededor, Cristo está allí contigo con todo su poder, diciéndote: “Vas a vencer, pero mantén tú la mirada puesta sobre mí.” Y en ese momento, nadie será más grande que tú. Nadie tendrá la gloria de Dios reposando sobre él o sobre ella con mayor poder que tú.


Cuando seas débil, entonces serás eminentemente fuerte. Eso no tiene nada de negativo, no tiene nada de pesimista derrotista. Sino todo lo contrario, nos atrae a una lucha lúcida y clara.


Los dejo con el versículo 5 de este pasaje que me parece totalmente llamativo: “Así que hermanos, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta el venga el Señor. El cual aclarará también lo oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones de los corazones” y miren que bonita esperanza: “Y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios”. Bendiga el Señor Su palabra.

"Sermon clásico #6052: Solitarios entre la multitud":

Dr. Roberto Miranda
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Dr. Roberto Miranda
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