Menos palabras, más vida

Alberto González MuñozSi la fe en Jesucristo aporta algo o no a la vida solo pueden confirmarlo los creyentes en él. Es posible que muchas personas te digan que no vale la pena o vean la experiencia cristiana desde una perspectiva errónea, desconociendo cuánto puede aportar Jesús a la vida de cualquiera.
En una ocasión Jesús pasó cerca de un ciego de nacimiento y sus discípulos le preguntaron si él estaba así por un pecado propio o de sus padres. En la antigüedad, y a veces todavía ahora, muchas personas creen que las enfermedades son un castigo de Dios por algún pecado. ¡Si Dios fuera a castigar todos los pecados con enfermedades, no existiría un solo ser humano con salud! Es verdad que a veces ciertas enfermedades son consecuencia de algunas conductas pecaminosas o descuidadas, pero nunca debemos acusar de culpabilidad a quienes están enfermos.
Jesús aclaró que el hombre no estaba ciego por causa de pecados paternos o por suyos propios, y acercándosele, hizo un poco de lodo con su saliva y tierra, lo untó en sus ojos, y lo mandó a lavarse a un estanque cercano. Cuando el ciego regresó había recobrado la vista totalmente y se armó un alboroto en todo el pueblo.
Los enemigos de Jesús no querían aceptar el milagro. Algunos insinuaron que el ciego de nacimiento y el hombre que regresó del estanque con su vista perfecta no eran la misma persona. El asunto llegó hasta los religiosos de la época, los Fariseos, quienes interrogaron varias veces al hombre. Ellos también se negaban a creer que Jesús tuviera poder para realizar un milagro así y llamaron a los padres del hombre sanado para comprobar si era la misma persona. Ellos confirmaron que sí, y que ciertamente había nacido ciego.
Entonces los fariseos llamaron de nuevo al hombre y comenzaron a convencerlo de que Jesús no tenía poderes especiales y que era un simple pecador como todos, a lo que el ciego contestó:
—Si él es pecador o no yo no lo sé. Pero yo era ciego y ahora veo. Me maravilla que ustedes no sepan quién es, pero a mí, él me abrió los ojos (Juan 9:25).
Muchos niegan y rechazan la eficacia de la fe cristiana. Nuestros discursos e incluso nuestra insistencia pueden provocarles aún más rechazo. Roguemos al Espíritu de Dios que toque sus corazones, porque de otra manera, aquellos que no quieren oír no oirán por mucho que nos esforcemos e insistamos. Mientras tanto que Dios conteste nuestras oraciones por aquellas personas a quienes les predicamos, esforcémonos en reflejar en cada momento el amor de Jesús y la realidad de sus enseñanzas en nosotros.
¡Dios les bendiga! "Menos palabras, más vida":