Cuenta tus bendiciones
Alberto González MuñozUna anciana que asistía con regularidad a la primera iglesia donde trabajé al graduarme del Seminario, se quejaba constantemente y percibía las pequeñas inconveniencias de la vida como si fueran enormes tragedias. La menor enfermedad o dolencia lograba sumirla en una gran depresión.
Fui a visitarla porque estaba con un dolor en un brazo y la encontré, como siempre, quejosa y afligida en grado sumo, sentada en un rincón de su casa. Su rostro expresaba un desánimo evidente. Tratando de animarla, la saludé con simpatía y cariño y le expresé con mis mejores deseos: