Cuando Dios te motiva a ayunar

Faustino de Jesús Zamora Vargas
Faustino de Jesús Zamora Vargas

RESUMEN: El ayuno es una disciplina espiritual que debe significar una rendición a la voluntad de Dios y no un evento religioso para buscar una respuesta conforme a las expectativas del hombre. Dios promete vida, justicia, socorro y bendición si hacemos el ayuno como Él desea, rompiendo las cadenas de injusticia y ayudando a los necesitados. El ayuno debe ir acompañado de la fe y la humildad, y no ser exhibicionista. Dios rechaza la religiosidad que no va acompañada de un verdadero fervor por el prójimo.

Dios siempre está ocupado, pero nunca lo suficiente como para no reparar en los reclamos de sus hijos, ignorar nuestras peticiones y negarnos su misericordia. La historia humana es una historia también de inútiles sacrificios del hombre por buscar sus propios beneficios.

Pero Dios es sabio, con un modelo de sabiduría que nuestro discernimiento nunca llegará a comprender.



Nadie duda del valor espiritual que tiene el ayuno. La Biblia nos deja improntas inmemorables de hombres y mujeres de Dios que buscaron su dirección a través del ayuno acompañado de la oración. Si bien es un hermoso y sacrificial acto de la voluntad del creyente para buscar la sintonía en el Espíritu de Dios (con objetivos bien determinados), debe significar, para el que lo practica como disciplina espiritual, un sincero sometimiento y rendición a los designios y a la voluntad de Dios. Es un derramamiento del alma delante de Dios y un recurso espiritual para fortalecer la fe y la santidad interior; nunca debe ser un evento religioso o acto ceremonioso de culto exterior para buscar de Dios una respuesta conforme a las expectativas del hombre. El ayuno tiene que ir acompañado de la fe. Personalmente creo que Dios siempre responde a la humillación, a la aflicción del alma cuando se busca sinceramente su voluntad. Él conoce el corazón del hombre. “El Señor está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido” (Salmo 34:18)


Dios nos da promesas de vida, de justicia, socorro y bendición si, cuando se ayuna, se hace como Él desea. Muchas grandes batallas han sido ganadas con el ayuno acompañado de la oración y Dios nos habla en su Palabra de las inmensas lides de su pueblo, de profetas, reyes, varones y mujeres que antes de iniciar una contienda, o emprender una acción espiritual para buscar su favor e intervención divina, tornaban el rostro hacia el cielo e invocaban su presencia a través de un acto de contrición del alma. Hoy sucede exactamente igual. El Salmo 51:17 dice “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”.


Pero, ¿cuál es el ayuno que Dios desea de sus hijos? El profeta Isaías nos lo dice de parte de Dios: “El ayuno que he escogido, ¿no es más bien romper las cadenas de injusticia y desatar las correas del yugo, poner en libertad a los oprimidos y romper toda atadura? ¿No es acaso el ayuno compartir tu pan con el hambriento y dar refugio a los pobres sin techo, vestir al desnudo y no dejar de lado a tus semejantes? (Isaías 58:6-7).


En tiempos de Isaías esta era una clara declaración de Dios contra los religiosos que transfiguraban sus rostros en un acto meramente religioso y exhibicionista para dar testimonio de una supuesta santidad exterior y de apariencia, mientras los humildes y los pobres a su alrededor podían morir de hambre y carecer de techo y vestimentas. Concluye Isaías este revelador pasaje y dice Dios “Si así procedes, tu luz despuntará como la aurora, y al instante llegará tu sanidad; tu justicia te abrirá el camino, y la gloria del SEÑOR te seguirá. Llamarás, y el SEÑOR responderá; pedirás ayuda, y él dirá: “¡Aquí estoy!” (Isaías 58:8-9). ¡Cuántas promesas para el cristiano que hoy escoge hacer el ayuno a la manera de Dios y con las intenciones de Su corazón!


El ayuno, sin embargo, no es un mandamiento en sí, no es una ordenación de Dios, pero nuestro Señor Jesucristo da por hecho de que debemos hacerlo como parte de nuestro culto racional y de nuestra vida espiritual. Y como Él lo da por sentado, nos advierte: “Cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro para no mostrar a los hombres que ayunas” (Mt. 6:16). Eso es humildad.


Los corazones bondadosos no se conocen por lo que dan, sino por lo que sangran al dar, por lo que se sacrifican por los demás. Ayunar no es solamente abstenerse y poner de penitencia al estómago y los sentidos, sino entregar el corazón en favor de tu prójimo. Dios rechaza la religiosidad que no va acompañada de una verdadero fervor por el hermano.


¡Dios te bendiga!

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